lunes, 11 de mayo de 2009

ACERCA DE LA CRISIS (1er Encuentro)

Por Alcira Argumedo


El derrumbe de los mercados financieros de Wall Street en septiembre del 2008 y la velocidad con que se propaga la crisis, afectando la economía real norteamericana y la de los países del Norte, indican que no estamos simplemente ante un problema financiero o económico. Enfrentamos un punto de inflexión histórica; un cambio de época donde la complejidad de los factores que confluyen en su estallido, plantea opciones civilizatorias. La magnitud de los acontecimientos marca la necesidad de formular una mirada de largo plazo, con el objetivo de desentrañar la conjunción de procesos que se irían vertebrando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; y actualmente culminan con un escenario internacional que en seis décadas exhibe giros históricos de grandes dimensiones.

La crisis de fines del siglo XIX

La presente debacle tiene puntos de similitud con la crisis de sobreproducción de las potencias capitalistas centrales, entre 1873 y 1895, con algunos años intermedios de tenue recuperación. El acelerado crecimiento industrial de Alemania, Estados Unidos y Japón, comienza a disputar el poder hegemónico y los mercados a los imperios coloniales hasta entonces predominantes: Inglaterra y en menor medida Francia. De este modo, la razón principal se encuentra en el paulatino cambio en las relaciones de poder mundial, debido al surgimiento de nuevas potencias, que alcanzan protagonismo en el contexto de la tercera etapa de la Revolución Industrial. La producción en masa del conjunto del sistema imperial-capitalista, generaba una cantidad de productos y servicios significativamente mayor a la que podía ser absorbida por los mercados existentes y los precios bajaron en promedio un 40%, afectando con dureza los beneficios empresarios así como los índices de ocupación y los salarios. Lo cual revela su carácter de crisis de sobreproducción por carencia de demanda, derivada de la estrecha dimensión de los mercados a causa de la concentración de riquezas en los polos metropolitanos, sumada al despojo y la indigencia de las grandes mayorías sociales de la periferia. La acumulación de capitales provenientes de la expansión imperialista y del nuevo reparto del mundo -contracara de la Paz Armada entre 1871 y 1914- coincide con la formación de monopolios por acciones y un fortalecimiento del capital financiero: lo cual habilita un vuelco hacia la especulación de aquellos fondos que no encuentran oportunidades de inversión en la economía real; una especulación que hace estallar las principales bolsas del mundo entre 1890 y 1895. La crisis industrial y financiera afectó a la producción agraria y los principales países establecieron medidas proteccionistas, que irían cerrando una larga etapa de predominio del librecambio.

A su vez, la incorporación en la industria de maquinarias modernas que ahorraban tiempo de trabajo humano -siguiendo patrones de reconversión tecnológica salvaje, al desplazar trabajadores en vez de disminuir la jornada laboral- había ido generado en Europa, desde mediados del XIX, una inmensa masa de población sobrante cuya miseria les impedía transformarse en consumidores y será expulsada hacia las regiones de ultramar: ingleses e irlandeses principalmente a Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda; españoles, italianos y portugueses a Argentina o Brasil; además de la emigración vinculada con las persecuciones raciales o religiosas que se exacerban por la desocupación estructural, como rusos, polacos y más tarde armenios. Otros millones serán utilizados como carne de cañón en las guerras de conquista de nuevos territorios; y cabe recordar que en las zonas receptoras de esas migraciones se impulsaron genocidios de los pueblos originarios conocidos, entre otros, como conquista del oeste y conquista del desierto. (Hobsbawm, 1989; Birnie, 1965; Underwood, 1956)



En esa oportunidad, además de la expulsión o eliminación de población sobrante, la crisis fue remontada en un doble movimiento: por un lado, la incorporación a mayores niveles de consumo de las clases más humildes que permanecieron en las naciones centrales, junto a la construcción de viviendas sociales o de infraestructura y a la extensión de los sistemas educativos y de salud: es el ejemplo de la política en Alemania del Kaiser Guillermo II, quien tomará gran parte de las demandas del Partido Socialdemócrata. A partir de entonces, la Socialdemocracia se va deslizando desde sus posiciones revolucionarias orientadas por los pensadores marxistas de la época -Friedrich Engels, Rosa Luxemburg, Karl Liebnecht o Franz Mehring- hacia el evolucionismo de Eduard Bernstein y la aceptación de las conquistas coloniales. El otro movimiento simultáneo, fue la participación alemana en ese proceso de reparto del mundo: el mismo Guillermo II arenga a las tropas que en 1902 marchan a China hacia la Guerra de los Boxers, diciendo:”Compórtense de manera tal, que durante mil años ningún chino ose mirar a los ojos a un alemán”. La masacre de cinco millones de chinos en esa guerra, se suma a los otros millones de víctimas de la ocupación por parte de los demás centros imperiales -Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón- desde la Guerra del Opio de 1848 hasta el triunfo de Mao Tse Tung en 1949. Situaciones similares se plantean en las demás regiones de Asia, África y América Latina: en 1913 las metrópolis imperial-capitalistas expoliaban bajo formas coloniales o neocoloniales al 84% de la población mundial y a los recursos estratégicos de sus territorios. (Ramos, 1952; Arnault, 1960; Argumedo, 1971)

El saqueo de riquezas de todo tipo, sumado a una explotación brutal de los pobladores en las zonas periféricas, brindaron al sistema imperial-capitalista los recursos necesarios para revertir la crisis e iniciar esa breve etapa de la “belle époque”, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Como señala Eric Hobsbawm, en realidad esta guerra sería expresión de una pugna entre Alemania y Estados Unidos, con el fin de establecer cuál de esas dos potencias habría de reemplazar el predominio de Inglaterra y Francia. Por su parte, luego de la restauración Meiji de 1868, Japón intentará construir la Gran Asia Oriental, como núcleo imperial dispuesto a subordinar a los países de la región. Al terminar la Primera Guerra, infructuosamente se intenta consolidar un nuevo diseño del equilibrio de poder, imponiendo una tregua malograda por la crisis de 1930. La contrapartida de sufrimiento y dolor, los genocidios y matanzas contra los pueblos de ultramar, que fueran la condición para expropiarlos -contando con aliados o cómplices nativos- pueden llenar varios tomos del libro del horror. Lo cual reafirma que el capitalismo fue siempre un sistema imperial-capitalista, cuyos centros rectores tuvieron al despojo y a la explotación de las periferias, como condiciones esenciales de los procesos de acumulación y concentración del capital: desde la fase de acumulación primitiva en el siglo XVI, con el oro y la plata americanos junto al tráfico de esclavos africanos, hasta la globalización neoliberal de fines del siglo XX. (Hobsbawm, 1995)

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