lunes, 11 de mayo de 2009

Pensar América Latina desde la historia de los procesos revolucionarios en América Latina (1780-2010)(1er Encuentro)

Por Omar Acha

Mi propuesta para esta mesa sobre “Los estados y los movimientos sociales” consiste en pensar una de las vertientes que histórica y sociológicamente emergieron en la construcción de un orden político latinoamericano. Se trata del tema de la revolución. Intentaré mostrar la relevancia de su concepto como articulador, no simplificador, de la dramática vida histórica de Nuestra América. Creo que es una de las posibles entradas a la reflexión sobre el “Bicentenario” que permea buena parte de los debates teóricos y políticos de hoy. Por eso llego hasta el “2010”. En efecto, el 2010 ya llegó como invocación bicentenaria, sobre la que nos debemos una discusión que entiende puede tener relevancia para una ocasión como la que reúne esta mesa con la presencia de Alcira Argumedo y Mabel Thwaites Rey. Adelanto que mi propuesta en inscribir el análisis de la revolución en “procesos revolucionarios”, a partir del cual es posible una periodización de las experiencias transformadoras latinoamericanas.
El concepto de “revolución” constituye un problema teórico de primer orden en el conocimiento social latinoamericano. Ciertamente, su uso como instrumento lingüístico implica una pertenencia cultural más amplia, que refiere a la modernidad, en cuya apertura teórico-nocional la revolución posee un lugar privilegiado debido a su relación con los cambios bruscos y profundos. En efecto, la revolución moderna supone el abandono de la convicción de Antiguo Régimen de un mundo inmutable, de un tiempo repetitivo, cíclico. El viraje semántico más importante que sufrió el concepto de revolución fue, justamente, el de abandonar lo cíclico (como en la revolución que aun se utiliza en astronomía) para dar paso a lo radicalmente nuevo. Por otra parte, en ese pasaje también se secularizó. Incluso si se acepta la intervención divina en una revolución (por ejemplo, al motivar la acción individual o colectiva por una creencia teológica), esta ocurre y afecta a los fenómenos humanos.
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Se podrían ensayar numerosas definiciones de revolución. Sin duda siempre surgirían ausencias y simplificaciones. Por ejemplo, si consideramos la propuesta de Gianfranco Pasquino en la entrada para el concepto en el conocido diccionario de Bobbio-Matteucci, podemos leer que la revolución “es la tentativa acompañada del uso de la violencia de derribar a las autoridades políticas existentes y de sustituirlas con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera socioeconómica”.
[2] La enunciación de Pasquino puede ser objetada por el sentido “desde arriba” que lo caracteriza, pero abre una mayor complejidad histórico-teórica al incluir a las tentativas revolucionarias como parte integrante de la definición. Veremos cuáles son los efectos interpretativos que esa caracterización tiene para la comprensión del fenómeno revolucionario.
En efecto, un problema analítico de primer orden consiste en diferencias los procesos revolucionarios de las revoluciones, que para ser tales deben ser exitosas, porque es lo que conduce a que se realicen las transformaciones “revolucionarias”. ¿Es una revolución un intento abortado de revolución? Algunas perspectivas, como la de Theda Skocpol sostienen que las revoluciones son las “exitosas transformaciones sociopolíticas”. Sin embargo, esa definición tiende a reducir la riqueza de la historia de las revoluciones.
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